Derribando infamias ...el olvido es una rama transversa.
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miércoles, 13 de mayo de 2009

EL SANTUARIO

Treparse desde el árbol hasta la ventana de la casa, era cosa fácil para aquellos dos. Sólo un par de escaladas hasta la cúspide y alcanzarían la gloria. Aquella noche nada era inocente en "Santos Lugares". La ventana se había quedado abierta como un regalo a la osadía.
Los gatos en celo callaron ante la interrupción de los intrusos. Descender al templo, con los pies ligeros como Aquiles. Comprobar luego que él estuviese dormido.
El hombre descubre entre la oscuridad de la noche una sala casi sin muebles, ni adornos, . Logra tantear con sus manos objetos cuadrados, libros en columnas, por el suelo, sobre las estanterías, encima de los sillones. Prende la linterna. En la pared un cuadro enmarcado con la carátula de uno de sus libros. “Antes del Fin”. El otro hombre que seguía de cerca los pasos del que entro primero, descolgó el cuadro y lo guardo en un maletín. Entraron a un pasillo que daba hacía los cuartos y cocina. La silueta intermitente de un personaje casi les enceguece. Escucharon el zumbido de una voz que sólo masculló entre dientes la palabra: “duerme”. El primer hombre creyó reconocerla por entre las otras que después se colaron con la intención de enloquecerlos. Era Bruno. Pensaba. Estoy seguro. Sabían que entrar al templo traería graves consecuencias, como en la tumba de algún faraón egipcio. Pero valía pena. Las manos delicadas de otro ser les estrujaba el pene una y otra vez, por encima de los pantalones. -Es Alejandra, le dijo el primer hombre al segundo que venía atrás. -Sigue. (le ordeno).

Casi al llegar al cuarto sienten la soga al cuello, pero sus manos no lograban tocar la cuerda, nada tenían alrededor, simplemente no podían respirar. Luego los pinchazos de fuego en los ojos haciéndolos tropezar unos contra otros. El segundo hombre grito: el nombre de Fernando como un conjuró ante el miedo. Todo termino.
La idea era verlo, aunque sea una vez, tocar sus manos, sentir las llamas de sus libros desde dentro de la boca del dragón. El fuego bendito, purificador. La enfermera que lo cuidaba salio gritando al ver los dos hombres que intentaban abrir la puerta donde dormía el escritor.

Correr a toda costa, huir del santuario profanado. Las voces acercándose cada vez más y la ventana todavía abierta dejaba colar ráfagas de viento. Trepar de nuevo al árbol, caer a la acera principal.

Los dos hombres ya fuera de la casa, se limpian los restos de hojas secas y tierra de los pantalones. Llevan en el bolso solamente la placa con la carátula del libro. Seguro esperaran a que pase el fulgor de los acontecimientos y habrán de venderla a algún coleccionista por mucha guita. -¡Apúrate! Le grita el primer hombre al compañero. –No ha de tardar en llegar la policía. El otro recoge el bolso del suelo y antes de emprender rumbo voltea hacia la ventana de la casa que acaban de abandonar. En ese momento la ventana se cierra,  un ruido seco se deja escuchar. Parecía como si un pájaro ciego hubiese chocado de frente con la ventana cerrada de alguna casa abandonada.

Marzo 2009
 
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