Derribando infamias ...el olvido es una rama transversa.
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lunes, 18 de enero de 2010

Haití


Mucho antes de que ocurriera el desastre natural que hoy convierte a Haití en un pueblo fantasma, desde hace mucho tiempo atrás, ya yo pensaba en Haití. Por la estrecha calle de un barrio caraqueño, los veía pasar, con sus camisas brillantes, de imitación de seda, casi siempre de colores vivos. En el boulevard las grandes y corpulentas negras con sus pañuelos enroscados en la cabeza vendían mangos, guayabas, peras y manzanas. Nos veían con ojos de pescadillo y sonreían mostrando sus blancos dientes. Cuando Alí Primera cantaba en una de sus canciones que Haití era un lugar poblado por la noche, yo me imaginaba miles de luciérnagas iluminándoles las madrugadas. Porque como me habían dicho que eran tan pobres, y que vivían hacinados en nuestros barrios porque en su país no tenían ni donde dormir, entonces yo creía que también carecían de velas, y de alumbrado eléctrico, y que se vestían tan elegantes porque aquí con sus carritos de frutas, si tenían dinero para poder vestirse. Los haitianos poblaron mi mundo desde la infancia, eran los desplazados de una época, es decir de todas las épocas. Desde aquella vez en el liceo cuando un profesor de historia nos contó que Haití fue el primer país en independizarse, y que por ende su coraje inspiró a Bolívar y a otros próceres latinoamericanos.  Comencé por entender que Haití es un país en rebelión constante, cuyos habitantes conservan tanto el físico como el temple de sus antiguos pobladores, es por ello que para dominarlo han tenido que utilizar la fuerza bruta y la ayuda de los imperios. Reprimiendo, derrocando, engendrando dictaduras, postulando monstruos. Ya después, a principios de este año 2010, luego de casi treinta años, he comenzado también a creer que Haití es un país abandonado por los dioses, que la naturaleza es el Bokor mayor, que ha zombificado a todo un pueblo para exterminar el dolor, el hambre, la locura y la soledad.
 
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